martes, 4 de mayo de 2010

Milagros de Jesucristo: Anduvo sobre el mar.


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¿Qué hacer? Dejar que la Paz del Cristo controle. Es como si dejáramos que ante la inestabilidad y turbulencia de nuestro corazón y mente, dejáramos, por fe y decisión, que sea Cristo Quien actúe como Ajustador del Pensamiento y el Corazón. ¿Eso es posible? Sí, pero hay que permitir que Cristo haga Su trabajo. ¿Cómo lo hace?

De la misma forma en que trató a Pedro cuando se hundía: extendiendo la mano, no dejándonos hundirnos en nuestras propias emociones negativas. Pero hay que dejarse sacar de la tormenta.



de abril de 2010
Milagros de Jesús: Anduvo sobre el Mar


La gente estaba cautivada por Jesús.

Con cinco panes de cebada y dos pescaditos alimentó a miles de personas.

Era carismático, de Él emergía un efluvio de energía divina. “De verdad este es el profeta que había de venir al mundo”, dicen. Razonan dentro de sí, y comentan que este hombre que alimenta a miles, y sana a los enfermos, debe ser aquel profeta más grande que Moisés.

Su percepción realista les hace considerar que debería ser Jesús el Rey de la Nación judía. Por eso, piensan proclamarlo para hacerlo rey. Definitivamente era mejor tener a un Rey como Jesús, que los Fariseos o a Poncio Pilato, o al mismo Tiberio César, Emperador de Roma.

Jesús se entera de lo que la gente planea hacer. Él no vino a ser ese tipo de Rey. Por eso, evita una situación comprometedora con la gente. Despide a la gente y hace que sus discípulos entren en la barca y partan de regreso a Capernaum. Entonces se retira a la montaña a orar. Esa noche Jesús está allí completamente solo.

Antes del amanecer Jesús mira desde el elevado lugar donde está y observa que un viento fuerte levanta grandes olas en el mar. Es el Mar de Galilea. A la luz de una luna casi llena, puesto que se acerca el tiempo de la Pascua, Jesús ve que sus discípulos luchan por adelantar contra el embate de las olas. Están remando con todas sus fuerzas.

¿Qué hora era?

Era la cuarta vigilia de la noche, a eso de las 3 a 6 de la mañana.

Observando el peligro en el que están sus discípulos, Jesús desciende de la montaña y empieza a andar hacia la barca sobre las aguas. La barca camina una distancia de cinco o seis kilómetros (tres o cuatro millas) cuando Jesús la alcanza. Sin embargo, él sigue adelante como si fuera a pasarlos de largo. Cuando los discípulos lo ven, claman: “¡Es un fantasma!”.

Para fortalecerlos, Jesús dice: “Soy yo; no tengan temor”.

Pero Pedro dice: “Señor, si eres tú, mándame venir a ti sobre las aguas”.

Pedro no era un hombre tímido, introvertido, que se lo pensara mucho antes de decir las cosas. Así que le pide a Jesús vivir la experiencia de caminar sobre las aguas.

¿Se sintió retado Jesús, porque Pedro le demandaba una especie de señal o prueba?

“¡Ven!”, es la respuesta de Jesús.

Entonces Pedro sale de la barca y anda sobre las aguas hacia Jesús.

Pedro camina sobre las aguas.

Sorprendentemente, anda cierta distancia.

Pero, recordemos, hay una tempestad de viento que se estaba formando. Al parecer esta se hace más potente, y alcanza un punto en el que Pedro la ve con claridad, a la luz de la Luna.

Fueron instantes en el que las cosas suceden tan rápido. Minutos atrás, Pedro estaba en la barca, junto a los demás discípulos, viendo la repentina tempestad del mar en plena gestación. Luego aparece Jesús caminando sobre las aguas. Y ahora, Pedro, tuvo la brillante idea de caminar sobre las aguas. ¿Quién lo mandó a meterse en esas? Nadie. Él solo se salió de la barca.

Son instantáneas de pensamiento, cual relámpagos, que debieron aparecer en la mente de Pedro. El asunto es que al mirar a la tempestad de viento, le da miedo, y, comienza a hundirse.

Es el miedo el que hace que comience a hundirse.

"¡Señor, sálvame!", dice Pedro. Inmediatamente Jesús, extendiendo la mano, lo toma de la mano con fuerza. Y le dice: “Hombre de poca fe, ¿por qué cediste a la duda?”.

Y después que subieron a la barca, se apaciguó la tempestad de viento.

Entonces los otros apóstoles, que quedaron en la comodidad de la barca, siendo espectadores de una función en vivo y directo, le rindieron homenaje a Jesús, y dijeron: “Verdaderamente eres Hijo de Dios”.

Fin del relato.

Vale la pena repasar el relato mentalmente. Porque lo que hizo Pedro no estuvo mal. Todo lo contrario. Fue del agrado del Cristo. Pedro se atrevió, tuvo la osadía, la audacia de salir de la barca y aventurarse a vivir una experiencia milagrosa, sobrenatural.
Y la tuvo. La Fe. La fe para caminar sobre las aguas, viendo a Jesús. Viéndose a él mismo lograrlo. Pedro debió haberse recordado a sí mismo su vivencia.

Porque Pedro era un hombre de fe, más allá de ser apóstol, o haber visto a Jesús hacer milagros.

La fe se manifiesta en muchas vertientes. La fe se manifiesta en creencia, en convicción interna. Pero también se manifiesta en la acción decidida, proactiva, que demandaban las circunstancias. Pedro tuvo la fe de dejar su vida como pescador, dejar temporalmente a su esposa e hijos, y seguir al Maestro. A otros invitó Jesús a seguirle y no lo hicieron. Pusieron excusas, peros, etc.

Así que Pedro era un hombre de fe y acción. Por eso caminó sobre las aguas.

Sin embargo, se hundió porque le da miedo. Le da miedo la tempestad que arreciaba en el Mar de Galilea, que parecía tragárselo vivo.

Pedro conocía el Mar de Galilea. Sabía que repentinamente, se pasaba de la calma a la tormenta en segundos. Él como pescador lo había vivido.

Así que su miedo se debía, como es lógico, a conocer el peligro de estar en medio del Mar en plena tormenta.

Pero había una diferencia: Jesucristo.

Tenía a Jesucristo al frente y a la tormenta.

¿A quién ver? Era imposible ignorar a la tormenta. Y el peligro que representaba.

Quedarse viendo a la tormenta intensificó su miedo. Por eso comenzó a hundirse.

Jesús, sorprendente como parezca, no le reprocha a Pedro el tener miedo, o tener duda. Sino el haber cedido a esa duda.

Porque la duda es un estado mental. En toda esa gama diversa de pensamientos, razonamientos y conclusiones que uno tiene sobre un asunto, hay algo de duda. De creer que no es posible. Que no se puede, o que lo que uno espera, no vale la pena luchar por ello.

Pero también está la posibilidad de no ceder a la duda. De no dejar que pese más en la balanza los pensamientos de inquietud, de temor. Dicho sencillamente: la duda es la fe en lo negativo, la convicción de que sucederá lo que más tememos.

Simbólicamente, se compara el Mar al Corazón del hombre y la mujer. Dice el proverbio inspirado:

Proverbios 20:5
El consejo en el corazón del hombre es como aguas profundas, pero el hombre de discernimiento es el que lo sacará.

¿Qué es el consejo que está en el corazón del hombre? Son los pensamientos, o intenciones de pensamientos. Los pensamientos, en forma de razonamientos, argumentos, consejos, imaginaciones, meditaciones, emanan de una fuente: el corazón. El proverbio indica que el hombre o mujer de discernimiento es el que sacará de su propio corazón un pensamiento, imaginación o argumento que le sea de utilidad.

Bien dijo Jesús que del corazón del hombre surgen cosas negativas. También pueden surgir cosas positivas. Deben salir pensamientos positivos y espirituales.

Somos en nuestro corazón como la escena del Jesús andando sobre el mar, y Pedro. Podemos dejarnos hundir emocionalmente, en nuestro estado anímico, observando, enfocando solamente aquello que es negativo o que nos hace daño. Los recuerdos dolorosos, los errores que pueden pesar 4 Toneladas, pueden ser como esa tormenta repentina que atormenta las emociones y la mente.

¿Qué hacer? Dejar que la Paz del Cristo controle. Es como si dejáramos que ante la inestabilidad y turbulencia de nuestro corazón y mente, dejáramos, por fe y decisión, que sea Cristo Quien actúe como Ajustador del Pensamiento y el Corazón. ¿Eso es posible? Sí, pero hay que permitir que Cristo haga Su trabajo. ¿Cómo lo hace?

De la misma forma en que trató a Pedro cuando se hundía: extendiendo la mano, no dejándonos hundirnos en nuestras propias emociones negativas. Pero hay que dejarse sacar de la tormenta.
Orion

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