domingo, 9 de mayo de 2010

A Juan y a su hermano les llamaban los "hijos del trueno" Sera porque eran pasivos, idealistas y romanticos?





Era Juan realmente ese hombre idealista, cuasi utópico?

En una ocasión, a Jesús y a los apóstoles no les trataron bien en un lugar. ¿Qué deseaba Juan? Que bajara fuego del cielo para aniquilar a sus habitantes.

De hecho, a Juan y a su hermano les llamaban los “hijos del Trueno”. ¿Será porque eran pasivos, idealistas y románticos?

Que los evangelios no informen más detalles, no indican que Juan fuera sentimentaloide.

Es más, Juan hizo que su madre le pidiera a Jesús que él y su hermano se sentaran a la derecha y a la izquierda en el reino de Cristo. Esa acción parece más una receta sacada del Príncipe de Maquiavelo, que la acción de un hombre “idealista”.

Juan no era un hombre con una personalidad débil, poco práctica, pusilánime, o introvertida. De haberlo sido así, Jesucristo no lo hubiese escogido para ser apóstol.


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Intuitivo: el apóstol Juan
Publicado por Orion

¿Quién era Juan?



Juan era hijo de Zebedeo y Salomé, y hermano del apóstol Santiago. Juan era menor que Santiago. Salomé, la madre de Juan, era de la casa de David, hermana de María, la madre de Jesús. Eso significa que Juan y Jesús eran primos.
Juan era de una familia pudiente. Su padre Zebedeo tenía empleados en un negocio de pesca, del que Pedro era socio. Salomé, madre de Juan, estuvo entre las mujeres que acompañaron y sirvieron a Jesús mientras estaba en Galilea, y fue una de las que llevó especias con el fin de preparar el cuerpo de Jesús para su entierro.

El primer contacto de Juan con Jesús como Mesías, fue cuando estaba con Andrés, hermano de Pedro.

Relata el mismo Evangelio de Juan:

Al ver a Jesús que pasaba por ahí, dijo:—¡Aquí tienes al Cordero de Dios!

Cuando los dos discípulos (Juan y Andrés) le oyeron decir esto, siguieron a Jesús.

Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les preguntó:—¿Qué buscan?—Rabí, ¿dónde te hospedas? (Rabí significa: Maestro.)

Vengan a ver —les contestó Jesús. Ellos fueron, y vieron dónde se hospedaba, y aquel mismo día se quedaron con él. Eran como las cuatro de la tarde.

Así que Juan, que era discípulo de Juan el Bautista, creyó en las palabras de este último de que Jesús era el Mesías. El Cordero de Dios. Y le siguió.

Relata la Biblia que la gente en esa época estaba en una expectativa. ¿Cuál? La de que aparecería el Mesías. Las palabras punzantes de Juan el Bautista habían calado hondo en la gente. La sociedad judía en la que vivió Juan estaba polarizada.

Por una parte, algunos eran seguidores de los fariseos, ultraconservadores, seguidores de la Ley de Moisés, a la que añadieron tradiciones, reglas, directrices y tecnicismos, imposibles de cumplir. La gente vivía cargada, oprimida, bajo el liderazgo de unos hombres que no tenían reparos en llamarles “malditos”.

Otros seguían a los saduceos, que tenían sus propias creencias sobre la Ley y la resurrección de los muertos (que para ellos, no existía como una esperanza futura). Los que eran partidarios de la doctrina política de Herodes, pugnaban por una reforma abiertamente en pro de esta casa real.

Y estaban los esenios, que practicaban una vida austera, alejada de la gente, centrada en sus enseñanzas y oraciones.

De manera que en medio de este espectro amplio de posibilidades, apareció en la escena Juan el Bautista. Exhortaba a la gente a volverse a Dios, y a reconsiderar su posición ante Dios. Los líderes religiosos judíos no eran seguidores de Juan el Bautista, porque se sentían amenazados por él. Recordemos que para los fariseos, ellos, y sólo ellos eran los dueños de la verdad absoluta. ¿Quería la gente aprender de Dios y seguir la Ley? El único puente entre Dios y la gente eran los fariseos.

En una sociedad como la judía, en tiempos del Siglo I, en que eran una provincia romana, pagando elevados impuestos, había que trabajar muy duro para vivir. Y parecía que las esperanzas de que Dios interviniera, eran casi nulas.

Pero Juan, un hombre joven, galileo, escuchó atentamente a Juan el Bautista. Y luego a Jesús, a quien Juan el Bautista señaló como el Mesías. Su fe en Jesús se vio fortalecida por el primer milagro en Caná, de convertir agua en vino.

El agua en vino. Primer milagro de Jesús. Y señal. Así reveló su gloria, y sus discípulos creyeron en él.

¿Era necesario esto? Sin duda.

Si alguien alegaba ser el Mesías, debía tener el respaldo de Dios para demostrarlo. Una cosa es decir que uno es alguien o algo. Y otra tener con qué demostrar que uno es lo que dice ser.

Así que Juan podía confiar que no estaba siguiendo a un impostor. A nadie le gusta que le engañen, y menos en el nombre de Dios. Juan estaba siguiendo realmente al Mesías. Era un hecho ya confirmado por sus propios ojos.

Juan continuó con su negocio de pesca durante algún tiempo después de conocer a Jesús. Un año después, mientras Jesús caminaba junto al mar de Galilea, Santiago y Juan estaban en la barca con su padre Zebedeo remendando sus redes. Jesús entonces, por medio de Pedro, convocó a Pedro, Andrés, Santiago y Juan a ser “pescadores de hombres”, y relata el evangelio de Lucas informa que “volvieron a traer las barcas a tierra, y abandonaron todo y le siguieron”

Así que Juan poco a poco se fue relacionando con Jesús. Primero lo conoce como Mesías, ve algunos milagros, lo que le confirma la autenticidad de Jesús como Salvador del Mundo, y transcurre casi un año antes de seguir de lleno a Jesús.

Luego fue seleccionado para ser apóstol de Jesús. Uno de los 12, junto a su hermano Santiago, y sus amigos Pedro y Andrés.

El grupo de apóstoles era variopinto. Pescadores, un recaudador de impuestos, agricultores, todos eran de Galilea, menos Judas Iscariote, que era de Judea.

Así que eran apóstoles 12 seguidores de Jesús. Y uno de ellos era Juan.

Juan fue testigo de la transfiguración, de la resurrección de la hija de Jairo. Estuvo entre los 4 apóstoles que preguntaron a Jesús sobre su Presencia y el fin del mundo. Estuvo con Jesús en Getsemaní durante la noche en que fue traicionado, bueno, uno de los 3 que se quedó dormido tres veces y Jesús tuvo que despertarlos. Fue el único de los apóstoles que presenció la ejecución de Jesús en el Gólgota.





Juan: el discípulo al que Jesús amaba




En su evangelio, Juan nunca se refiere a sí mismo por nombre, sino como uno de los hijos de Zebedeo o como el discípulo a quien Jesús amaba.
Esto plantea una pregunta curiosa: ¿no amaba Jesús a todos los apóstoles? Seguro que sí. Pero el discípulo amado, más amado, era Juan. Estuvo recostado en el pecho de Jesús durante la Última Cena, o Cena del Señor.

Está claro que Pedro era la estrella de los apóstoles. Impetuoso, extrovertido, impulsivo, es de esos hombres que es una especie de alma de la fiesta. Siempre activo, siempre en movimiento, siempre en algo.

Juan era diferente. Parece ser el tipo de hombre reflexivo, introvertido, muy orientado a su mundo interior. Cierto comentarista dice: “Juan, con su mente contemplativa, majestuosa e idealista, pasó por la vida como un ángel”. (Commentary on the Holy Scriptures, de Lange, traducción y edición de P. Schaff, 1976, vol. 9, pág. 6)

¿Era Juan realmente ese hombre idealista, cuasi utópico?

En una ocasión, a Jesús y a los apóstoles no les trataron bien en un lugar. ¿Qué deseaba Juan? Que bajara fuego del cielo para aniquilar a sus habitantes.

De hecho, a Juan y a su hermano les llamaban los “hijos del Trueno”. ¿Será porque eran pasivos, idealistas y románticos?

Que los evangelios no informen más detalles, no indican que Juan fuera sentimentaloide.

Es más, Juan hizo que su madre le pidiera a Jesús que él y su hermano se sentaran a la derecha y a la izquierda en el reino de Cristo. Esa acción parece más una receta sacada del Príncipe de Maquiavelo, que la acción de un hombre “idealista”.

Juan no era un hombre con una personalidad débil, poco práctica, pusilánime, o introvertida. De haberlo sido así, Jesucristo no lo hubiese escogido para ser apóstol.

¿Qué hizo que Jesús amara de manera especial a Juan?

Siempre hay personas, o una persona con la que uno se identifica. Es como si estuvieran en sintonía constante, hablando el mismo lenguaje, con una especie de complicidad que es evidente a otros.

La relación de Jesús con Juan tenía lazos sólidos de lealtad. Está claro que Juan amaba al Jesús que era Mesías, y al Jesús que era una persona por derecho propio.

Es difícil ver a una persona como Jesús como eso: como una persona. Como alguien que tiene derecho a preferir a alguien, por afinidad, o por la razón que sea.

Juan no tuvo privilegios adicionales por ser el favorito. Tuvo que trabajar para ganarse las cosas. Como lo esperaba Jesús.

Juan vio a Jesús como ningún otro de los apóstoles o evangelistas. Juan inicia su evangelio hablando de Jesús como el que había existido antes como un Dios, junto al Todopoderoso en el Cielo.

Juan no tuvo problemas para aceptar que Jesús había sido un Ser divino en los cielos, al lado del Jehová, Dios Todopoderoso.

Para Juan, Jesús estaba lleno de gracia, de ese favor divino y verdad que al leer en los evangelios, entendemos que era el sello de la bendición de Jehová sobre Cristo Jesús.




Juan: apóstol de Jesucristo


La figura de Juan como apóstol se hace patente en diversos aspectos. Es uno de los primeros testigos de la resurrección de Jesús. De los primeros en ir a la tumba, para verla vacía.

Juan adelantó a Pedro mientras corrían hacia la tumba para investigar si efectivamente había resucitado. Aquella misma noche, vio a Jesús resucitado. Y de nuevo a la semana siguiente.

Pero la muerte y resurrección de Jesús fue un cambio para Juan, y para los otros apóstoles. En cierta ocasión, en la que la vida parecía haber quedado en un enorme paréntesis, esperando a que pasara algo, que no se sabía que era, Pedro invitó al grupo a pescar. ¿Por qué no? Sería una especie de catarsis, mientras la vida terminaba por definirse en un rumbo claro. Y el rumbo Jesús lo definió, en una escena registrada en el Evangelio de Juan, cap. 21.

-Me voy a pescar —dijo Pedro.
-Nos vamos contigo —contestaron ellos.

Salieron, pues, de allí y se embarcaron, pero esa noche no pescaron nada.

Al despuntar el alba Jesús se hizo presente en la orilla, pero los discípulos no se dieron cuenta de que era él.

-Muchachos, ¿no tienen algo de comer? —les preguntó Jesús.
-No —respondieron ellos.

-Echen la red a la derecha de la barca, y pescarán algo.

Así lo hicieron, y era tal la cantidad de peces que ya no podían sacar la red.

-¡Es el Señor! —dijo a Pedro el discípulo a quien Jesús amaba.

Tan pronto como Simón Pedro le oyó decir: «Es el Señor», se puso la ropa, pues estaba semidesnudo, y se tiró al agua.

Los otros discípulos lo siguieron en la barca, arrastrando la red llena de pescados, pues estaban a escasos cien metros de la orilla.

Al desembarcar, vieron unas brasas con un pescado encima, y un pan.

-Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar —les dijo Jesús.

Pedro subió a bordo y arrastró la red hasta la orilla, la cual estaba llena de pescados de buen tamaño. Eran ciento cincuenta y tres, pero a pesar de ser tantos la red no se rompió.

-Vengan a desayunar —les dijo Jesús.

Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres tú?», porque sabían que era el Señor.

Jesús se acercó, tomó el pan y se lo repartió, e hizo lo mismo con el pescado.

Cuando terminaron de desayunar, Jesús preguntó a Simón Pedro:—Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?—Sí, Señor, tú sabes que te quiero —contestó Pedro.—Apacienta mis corderos —le dijo Jesús.

Y volvió a preguntarle:—Simón, hijo de Juan, ¿me amas?—Sí, Señor, tú sabes que te quiero.—Cuida de mis ovejas.

Por tercera vez Jesús le preguntó:—Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?A Pedro le dolió que por tercera vez Jesús le hubiera preguntado: «¿Me quieres?» Así que le dijo:—Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.—Apacienta mis ovejas —le dijo Jesús.

De veras te aseguro que cuando eras más joven te vestías tú mismo e ibas adonde querías; pero cuando seas viejo, extenderás las manos y otro te vestirá y te llevará adonde no quieras ir.

Esto dijo Jesús para dar a entender la clase de muerte con que Pedro glorificaría a Dios. Después de eso añadió:—¡Sígueme!

Ese sería el destino de Pedro. ¿Que no existe el destino, o lo que Dios predetermina? Pregúntenle a Pedro, si lo que Jesús le dijo no se cumplió en su vida.

Pero si la vida de Pedro acababa de definirse, ¿qué pasaría con la de Juan?

El relato bíblico dice:

Al volverse, Pedro vio que los seguía el discípulo a quien Jesús amaba, el mismo que en la cena se había reclinado sobre Jesús y le había dicho: «Señor, ¿quién es el que va a traicionarte?»

Al verlo, Pedro preguntó:—Señor, ¿y éste, qué?

Éste, es Juan.

Llama la atención que sea Pedro quien inquiriera por el destino de Juan, y no Juan mismo. ¿No le importaba acaso a Juan mismo qué pasaría con él?

-Si quiero que él permanezca vivo hasta que yo vuelva, ¿a ti qué? Tú sígueme.

Fin del asunto.

Así que Juan permanecería vivo hasta que Jesús volviera. De hecho Juan sobrevivió a todos los 12 apóstoles y a Pablo. Vivió cerca de 100 años de edad. Y vivió para recibir las Revelaciones del libro del Apocalipsis.

¿Era a eso a lo que se refería Jesús con sus enigmáticas palabras sobre el hecho de que Juan viviría hasta que Él volviese?

Pero la vida de Juan continuó.

Después de la ascensión de Jesús, Juan estaba en Jerusalén reunido con unos 120 discípulos cuando se escogió a Matías por sorteo y se le contó con los otros once apóstoles. Estaba presente cuando se derramó el espíritu en el día del Pentecostés y vio cómo aquel día se añadieron 3.000 personas a las filas de los seguidores de Jesús.

Juan fue un apóstol, custodio y mayordomo de la fe cristiana. Escribió 3 cartas de consejo, y un evangelio. Comentarios y análisis aparte merecen sus escritos, parte indiscutida de las Escrituras Griegas Cristianas.

Fue Juan el único apóstol vivo, que cargó solo con la responsabilidad de guiar a otros en la fe cristiana, sirviendo como límite restrictivo a las influencias perniciosas y nocivas que buscaban infiltrarse en los creyentes.

No es Juan un hombre doctrinal, o dogmático. Era práctico, directo y agudo en sus escritos. Eso se refleja en su evangelio, que contiene información única en cerca de un 92% del contenido de los 21 capítulos que tiene su peculiar visión de Jesús.

Sus 3 cartas de consejo abarcan matices de pensamiento, que cual pinceladas de un hábil maestro, buscaban plasmar en los corazones de los creyentes lo esencial: la vivencia práctica del amor a Dios, y del amor a otros como esencia real de lo que alegaban ser. "Si no amas a tu hermano, a quien ves, no puedes decir que amas a Dios, a quien no ves", argumenta el apóstol.

"Dios es amor", frase inolvidable, extraída de la pluma de Juan.

Preso en Patmos, recibió el Apocalipsis. ¿Se lo inventó? No. Vemos prueba de la veracidad de su profecía. Él escribió lo que vio.

Según la tradición, Juan fue a Éfeso, donde escribió su evangelio y sus tres cartas, llamadas la Primera, la Segunda y la Tercera de Juan, alrededor del año 98 E.C., y, también según la tradición, se cree que murió en Éfeso cerca del año 100 E.C., durante la gobernación del emperador Trajano.



Juan: qué aprender de él


Mucho habría que decir del apóstol Juan, amado por Cristo.

Era un hombre con virtudes, y potencialidades. Tenía cosas que eliminar de su vida, otras que añadir. Siempre que se lee en la Biblia sobre una persona del calibre de Juan, se cree que era una especie de modelo terminado, de figura absoluta y completa. Un santo con aureola a los 3 minutos de estar con Jesús.

Pero no, Juan tuvo que vivir procesos, iniciar y cerrar ciclos, aprender de sus errores, tener fe en su propia potencialidad, en la posibilidad de ser lo que el Señor quería que fuese.

Juan podría haberse quedado como pescador en Galilea. O pudo darse media vuelta cuando Juan el Bautista le dijo que Jesús de Nazaret era el "Cordero de Dios que quita el pecado del mundo". O cuando Jesús murió, tuvo la opción de volver a su vida de antes, a su casa, a su mujer, a su familia, a su negocio.

De Juan se aprende el valor de saber cambiar el rumbo. Juan entendió que lo constante es el cambio. No se quedó atascado en un lugar, o en una situación que claramente se había acabado, que ya había acabado su ciclo.

Eso lo percibió Juan cuando se dio cuenta que Dios le pedía seguir a Jesús. Eso implicaba renunciar la comodidad y seguridad de una religión tradicional, y establecida. ¿Y? Ya Dios no respaldaba a la religión judía con su centro en el Templo, la Ley, los ritos. Jesús era el camino, y había que seguirlo.


Porque hay momentos y circunstancias en las que no importa si eres bueno o malo, o si uno fue bueno, o malo, o qué hizo o dejó de hacer. Lo importante es qué se decide ser en ese momentum del aquí y ahora que demanda la situación.


Juan tuvo el valor de vivir el trago amargo de ver morir a Jesús. Estuvo allí, junto al moribundo Jesús, junto a María, la madre de Jesús. ¿Dónde estaban los otros apóstoles?

Además, manifestó lealtad hasta el final. Se quedó allí, sufriendo, pero allí frente a Jesús. La mayoría de las personas a veces carece de esa fuerza interior de soportar el dolor y el sufrimiento. Prefieren evitarlo, o ahogarlo. Ahogarlo en el alcohol, en las drogas, evadir la realidad, trabajar más, etc.

¿Eso ayuda? No. El dolor y sufrimiento y cómo afrontarlo son asuntos constantes. El dolor debe ser aceptado, asimilado, para que pueda ser asimilado, y transformado en algo bueno, en algo de valor para la propia persona. Eso lo hizo Juan.

Juan no temió decir las cosas por su nombre. A veces cuesta llamar las cosas por su nombre, decir las cosas como son, sin eufemismos. Sino se llaman las cosas por su nombre, ¿cómo afrontarlas?

Cada cual tendrá su propia opinión sobre Juan. Pero es una de esas figuras bíblicas que ayudan a revelar con vivos colores la variada personalidad y complejidad de los hombres y mujeres, con sus virtudes, defectos y posibilidades de ser cada día mejores.





El hombre rico y Lázaro

El Buen Samaritano.

El Trigo y la Mala Hierba.

Estas son algunas de las casi 30 parábolas que Jesús utilizó en su enseñanza.

Son herramientas de gran eficacia. Jesús las usó, y en toda la Biblia aparecen.

¿Por qué enseñar con parábolas?


Captan y retienen la atención, son muy atractivas
Ponen a pensar, son uno de los mejores ejercicios mentales, pues necesariamente hay que buscar el significado de una comparación y captar las verdades abstractas que se presentan
Impactan las emociones y, al ver la aplicación práctica de las verdades, llegan a la consciencia y al corazón
Sirven para recordar
El propósito principal de todas las ilustraciones es enseñar. Pero Jesucristo usó las ilustraciones con otros propósitos:


El hecho de que una persona deba profundizar para captar su significado completo, profundo y dirigido al corazón, es una forma de retener las perlas de sabiduría encerradas en la parábola, y evitar que quienes no lo merezcan, cuyo interés es superficial y por tanto no desean de corazón saber la verdad, adquieran indebidamente conocimiento. Eso indica que Dios no está obligado a revelar verdades profundas a quien no se gane el saberlas.

Las ilustraciones ponen de manifiesto la humildad de las personas. A Jesús sólo los apóstoles le pedían una explicación sobre el significado de las parábolas; los orgullosos rehusaron hacerlo. Jesús dijo: “El que tiene oídos, escuche”, y aunque la mayor parte de las muchedumbres que escuchaban a Jesús siguieron por su camino, los discípulos iban a él y le solicitaban una explicación.

Las ilustraciones ocultan las verdades a aquellos que podrían hacer mal uso de ellas y deseaban entrampar a otros. Los enemigos de la verdad se quedan con su propia interpretación. Pero a los discípulos de Jesús se les hacía comprender plenamente el significado de las parábolas.


Una de las parábolas de Jesús más enigmáticas, es la del hombre rico, y Lázaro.





"Pero cierto hombre era rico, y se ataviaba de púrpura y lino, y gozaba de día en día con magnificencia. 20 Pero a su puerta solían colocar a cierto mendigo, de nombre Lázaro, lleno de úlceras 21 y deseoso de saciarse de las cosas que caían de la mesa del rico. Sí; además, los perros venían y le lamían las úlceras. 22 Pues bien, con el pasar del tiempo el mendigo murió, y fue llevado por los ángeles a la posición del seno de Abrahán. ”También, el rico murió y fue sepultado. 23 Y en el Hades él alzó los ojos, mientras existía en tormentos, y vio de lejos a Abrahán y a Lázaro en la posición del seno con él. 24 De modo que llamó y dijo: ‘Padre Abrahán, ten misericordia de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua y refresque mi lengua, porque estoy en angustia en este fuego llameante’. 25 Pero Abrahán dijo: ‘Hijo, acuérdate de que recibiste de lleno tus cosas buenas en tu vida, pero Lázaro correspondientemente las cosas perjudiciales. Ahora, sin embargo, él tiene consuelo aquí, pero tú estás en angustia. 26 Y además de todas estas cosas, se ha fijado una gran sima entre nosotros y ustedes, de modo que los que quieran pasar de aquí a ustedes no pueden, ni se puede cruzar de allá a nosotros’. 27 Entonces dijo: ‘En tal caso te pido, padre, que lo envíes a la casa de mi padre, 28 porque tengo cinco hermanos, para que les dé un testimonio cabal, a fin de que no entren ellos también en este lugar de tormento’. 29 Pero Abrahán dijo: ‘Tienen a Moisés y a los Profetas; que escuchen a estos’. 30 Entonces él dijo: ‘No, por cierto, padre Abrahán, pero si alguien va a ellos de entre los muertos se arrepentirán’. 31 Pero él le dijo: ‘Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, tampoco se dejarán persuadir si alguien se levanta de entre los muertos"".
Lucas 16:19-31

Bueno, el hombre rico vestía ropa cara y comía bien. Si nos imaginamos esa parábola en este Siglo XXI, veríamos a este hombre rico en una camioneta último modelo, GPS, equipada con lo último en audio y video para carros, vestido con trajes Armani, Dolce & Gabbana, con zapatos Christian Dior, perfumado con la última fragancia de Tommy Hilfiger. ¿Qué comería? Por supuesto, lo más selecto en frutos del mar, con un maridaje perfecto de vino blanco, o champaña.

Mientras tanto, el hombre de la parábola, Lázaro estaba hambriento, cubierto de úlceras y lo lamían los perros.

Si nos imaginamos a este Lázaro como un hombre en este Siglo XXI, sería un hombre desempleado, endeudadísimo, que no le queda más remedio que vivir en el transporte público, sudado, con mal olor, con un hueco en los zapatos, y el mismo pantalón de hace 4 años.

Obviamente la imaginación da para todo, pero se entiende la parábola, y el contraste entre 2 hombres: uno al que le va muy bien, y al otro le va muy mal. Recordemos que eso de estar lleno de úlceras en la piel en tiempos de Jesús era literalmente señal de estar marginado de la sociedad.

Volviendo a la parábola, el hombre rico, gozaba. Disfrutaba su vida, su riqueza, su holgura de vida. ¿Y Lázaro? Pobrecito, vivía sufriendo.

"Ahora con el pasar del tiempo murió el mendigo y fue llevado por los ángeles a la posición del seno de Abrahán. También, murió el rico y fue sepultado. Y en el Hades alzó los ojos, existiendo en tormentos, y vio de lejos a Abrahán y a Lázaro en la posición del seno con él. De modo que llamó y dijo: ‘Padre Abrahán, ten misericordia de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua y refresque mi lengua, porque estoy en angustia en este fuego llameante" (Lucas 16:19-24).

Al morir ambos hombres, el cambio es total. El rico va al Hades, atormentado. La Biblia no enseña que los muertos estén vivos en un lugar de tormento, pero, dado que esta es una parábola, asumimos el carácter simbólico del rico que ahora está en el Hades. El rico está en una situación de muerto, de estar atormentado.

Mientras que Lázaro, al morir, ha sido llevado por los ángeles a Abrahán, y esté en una posición muy favorecida por este "Padre Abrahán". Lázaro ya no está lleno de úlceras, hambriento, con los perros lamiéndolo.

¿Qué representa todo esto?

Pongamos la lupa en la condición de mendigo de Lázaro. La palabra griega ptō·kjós, que Lucas emplea (16:20, 22) cuando Jesús hace referencia al mendigo Lázaro, designa a alguien que se agacha y se encoge, y se refiere al indigente, al depauperado, al menesteroso o mendigo. Este mismo término se usa en Mateo 5:3 con respecto a los “que tienen conciencia de su necesidad espiritual” (“los que son mendigos del espíritu”, nota; “pobres de espíritu”, NC). Con referencia al sentido de la palabra ptō·kjós en este versículo, la Sagrada Biblia, traducida y anotada por la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra (1985, vol. 1, pág. 107), dice que “expresa la actitud religiosa de indigencia y de humildad ante Dios: es pobre el que acude a Dios sin considerar méritos propios y confía sólo en la misericordia divina para ser salvado”. Con razón se ha dicho que la conciencia de este estado de indigencia espiritual precede a la entrada en el Reino de los Cielos.

Así que Lázaro representaba a las personas que en tiempo de Jesús, y este tiempo, que son humildes ante Dios. No ante religiones o creencias religiosas, sino ante Jehová Dios mismo. Son las personas que acuden directamente a Dios, sin intermediarios autoerigidos.

Y el hombre rico, representa a alguien atormentado, o grupo de personas atormentadas. ¿Quiénes son? La palabra griega ba·sa·ní·zō, que se traduce "tormento", significaba básicamente “probar con la piedra de toque [bá·sa·nos]” y, por extensión, “examinar o interrogar con tortura”. Los lexicógrafos dicen que en las Escrituras Griegas Cristianas se usa con el sentido de vejar con dolores intensos; estar hostigado, angustiado.

Como puede ver, Jesús no dijo nada de que el hombre rico hubiera vivido una vida degradada que mereciera castigo llameante; la falta del hombre era que no alimentaba a los pobres. Además, Jesús no dijo nada en cuanto a que Lázaro hiciera cosas buenas, cosas que claramente merecieran que él fuera al cielo.

Mientras vivían, Lázaro y el hombre rico están en desigualdad de condiciones ante los hombres, pero no ante Dios. ¿Y qué representó la muerte de ellos? El hombre rico representó a los presumidos líderes religiosos que no alimentaban espiritualmente a la gente, y Lázaro representó a la gente común que aceptó a Jesucristo. La muerte de ellos representó un cambio en la condición de éstos.

Este cambio o muerte respecto a la condición anterior del hombre rico y de Lázaro aconteció cuando Jesús alimentó en sentido espiritual a las personas que, a semejanza de Lázaro, no habían recibido la atención debida. De modo que éstas entraron en el favor del Abrahán Mayor, Jehová Dios. Al mismo tiempo, los presumidos líderes religiosos ‘murieron’ respecto a tener el favor de Dios y llegaron a sentirse atormentados por causa de las enseñanzas de Cristo y sus seguidores. Por ejemplo, cuando Esteban los desenmascaró públicamente, “se sintieron cortados hasta el corazón y se pusieron a crujir los dientes [...] y se pusieron las manos sobre los oídos”. Sufrieron tormento. (Hechos 7:51-57.)

El relato añade:

"Pero Abrahán dijo: ‘Hijo (el hombre rico), acuérdate de que recibiste de lleno tus cosas buenas en tu vida, pero Lázaro correspondientemente las cosas perjudiciales. Ahora, sin embargo, él tiene consuelo aquí, pero tú estás en angustia. 26 Y además de todas estas cosas, se ha fijado una gran sima entre nosotros y ustedes, de modo que los que quieran pasar de aquí a ustedes no pueden, ni se puede cruzar de allá a nosotros’. 27 Entonces dijo: ‘En tal caso te pido, padre, que lo envíes a la casa de mi padre, 28 porque tengo cinco hermanos, para que les dé un testimonio cabal, a fin de que no entren ellos también en este lugar de tormento’. 29 Pero Abrahán dijo: ‘Tienen a Moisés y a los Profetas; que escuchen a estos’. 30 Entonces él dijo: ‘No, por cierto, padre Abrahán, pero si alguien va a ellos de entre los muertos se arrepentirán’. 31 Pero él le dijo: ‘Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, tampoco se dejarán persuadir si alguien se levanta de entre los muertos"".

Por supuesto, el rico quería tener el consuelo de estar con Dios, representado por el "Padre Abrahán". Las cosas cambiaron. Lázaro vive en paz, consolado por Dios. Y el hombre rico vive atormentado. Pero él recibió lo bueno de la vida, sin importarle los demás, como Lázaro, que sufrían, en la puerta de su casa. El hombre rico nunca movió un dedo en favor de Lázaro.

¿Quién era responsable de la situación del hombre rico? Él mismo. Esa era la gran sima entre él y Lázaro. Lázaro no tenía más remedio que soportar su situación miserable. Pero el hombre rico pudo haber hecho otra cosa. Pudo haber actuado para que Lázaro, al menos, comiera.

Si en un momento dado Dios demuestra su descontento ante quienes se creen en posición de líderes religiosos, ¿quién es culpable?

El hombre rico en la parábola propone que Dios levante de los muertos a Moisés, y que este vaya a convencer a otros líderes judíos de su error. Dios, representado por el Padre Abrahán, dice que eso no vale la pena. El sólo testimonio de la Ley y los Profetas, y las Escrituras debería bastar.

En este tiempo, tener la Biblia completa, y el ver los sucesos mundiales, ya les debía haber servido de alarma a los líderes. Pero preferir ignorar estos tiempos, no es culpa de Dios. Es Causa y efecto an acción. Lo que uno hace o deja de hacer, no es culpa de otro, sino de uno mismo.

Así que el cambio de circunstancias, de estar en el favor de Dios, ha sido cuestión de qué ha hecho o no cada quien.

Por lo tanto, más bien que enseñar que después de la muerte se atormenta a las personas en un infierno ardiente, la historia de Jesús describe el cambio de condición que sus enseñanzas produjeron entre personas de dos clases.

Hay en este tiempo Lázaros y hombres ricos. Hay personas comunes y corrientes que tienen hambre de Dios que serán favorecidas con luz y entendimiento, y hay personas orgullosas, autosuficientes, que se creen ya absolutamente merecedoras del favor divino. ¿Es grave eso? Sin duda, creerse, o confiarse que se está seguro con Dios, eso fue el error del hombre rico.

Las actitudes religiosas o piadosas no convencen a Dios. Ni las apariencias de tener a Dios seguro. Siempre son la fe, la humildad y el temor de Dios esenciales para tener el favor de Dios.

Para ser como Lázaro, que en un cambio de condición, quedó bien posicionado en luz y favor ante Dios.
en 5/09/2010 02:00:00 PM

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