lunes, 6 de diciembre de 2010

Libro de Urantia. ¿En qué consiste el desarrollo espiritual ?Eres Dios.Tercer Cielo.






El proceso de crecimiento espiritual se produce cuando se practica con sinceridad y fe para llegar a Dios y querer hacer su voluntad. Es decir tener el deseo profundo: “Es mi voluntad que se haga tu voluntad en mi”, no por fórmula sino por convicción personal.


El verdadero estado espiritual es la medida en que se aproxima uno a la Deidad, la sintonización con el Ajustador. El logro de la finalidad de la espiritualidad equivale a lo máximo logrado en la realidad, el máximo de la semejanza con Dios. La vida eterna es la búsqueda interminable de los valores infinitos.


Jesús ilustró la profunda seguridad del mortal conocedor de Dios cuando dijo: «Para un creyente del reino quien conoce a Dios, ¿que importa si todas las cosas terrenales se arruinan?» Las seguridades temporales son vulnerables, pero las certezas espirituales son invulnerables. Cuando las mareas de la adversidad humana, el egoísmo, la crueldad, el odio, la maldad y los celos golpean el alma mortal, podéis descansar con la seguridad de que existe un bastión interior, la ciudadela del espíritu, que es absolutamente inatacable; es verdad en cada ser humano que ha encomendado su alma al espíritu residente del Dios eterno.



¿En qué consiste el desarrollo espiritual ?

Vivimos en un mundo material, sometidos a la percepción del mundo material por nuestros sentidos físico pero dentro de nosotros mismos existe un ser espiritual el cual puede orientar nuestra vida para lograr el éxito que realmente estamos anhelando. Siguiendo los sentidos físicos encontraremos placeres y gozos transitorios que satisfacen solo el cuerpo y el cerebro material, pero si aprendemos a oír a nuestro ser espiritual, él nos llevará a tener una vida placentera humana rodeada de amor y felicidad plena de éxitos.


El Libro de Urantia afirma esto, pero es sólo a través de la experiencia personal que se convierte en una viva realidad personal. Esto requiere nuestra aceptación y sincero deseo.


El objetivo de la autorrealización humana debe ser espiritual, no material. Las únicas realidades por las que vale luchar son divinas, espirituales y eternas. El hombre mortal tiene derecho a gozar de los placeres físicos y a satisfacer los afectos humanos; se beneficia por la lealtad a las asociaciones humanas y a las instituciones temporales; pero éstos no constituyen los cimientos eternos sobre los que se construye la personalidad inmortal que debe trascender el espacio, conquistar el tiempo y alcanzar el destino eterno de la perfección divina y el servicio finalista.


El desarrollo espiritual depende, en primer lugar, del mantenimiento de una conexión viva espiritual con las verdaderas fuerzas espirituales, y en segundo término, con la producción continua del fruto espiritual: es decir, prodigar a los semejantes lo que se ha recibido de los benefactores espirituales. El progreso espiritual está establecido con el reconocimiento intelectual de una pobreza espiritual combinado con la autoconciencia del hambre de perfección, el deseo de conocer a Dios y de ser como él, el propósito sincero de hacer la voluntad del Padre en los cielos.


El crecimiento espiritual es en primer lugar, el despertar a las necesidades, luego el discernimiento de los significados y finalmente el descubrimiento de los valores. La prueba de verdadero desarrollo espiritual consiste en la exhibición de una personalidad humana motivada por el amor, activada por el ministerio altruista y dominada por la adoración sincera de los ideales de perfección de la divinidad. Y toda esta experiencia constituye la realidad de la religión, en contraste con las meras creencias teológicas.


La religión puede progresar a ese nivel de experiencia en el que se vuelva una técnica esclarecida y sabia de reacción espiritual al universo. Tal religión glorificada funciona en tres niveles de la personalidad humana: el intelectual, el morontial y el espiritual; sobre la mente, en el alma en evolución y con el espíritu residente.


La espiritualidad se vuelve de inmediato el indicador de la propia cercanía a Dios y la medida de nuestra propia utilidad para con los semejantes. La espiritualidad eleva la habilidad de descubrir la belleza en las cosas, de reconocer la verdad en los significados y la bondad en los valores. El desarrollo espiritual está determinado por la capacidad para eso y es directamente proporcional a la eliminación de las características egoístas del amor.


El verdadero estado espiritual es la medida en que se aproxima uno a la Deidad, la sintonización con el Ajustador. El logro de la finalidad de la espiritualidad equivale a lo máximo logrado en la realidad, el máximo de la semejanza con Dios. La vida eterna es la búsqueda interminable de los valores infinitos.


Jesús ilustró la profunda seguridad del mortal conocedor de Dios cuando dijo: «Para un creyente del reino quien conoce a Dios, ¿que importa si todas las cosas terrenales se arruinan?» Las seguridades temporales son vulnerables, pero las certezas espirituales son invulnerables. Cuando las mareas de la adversidad humana, el egoísmo, la crueldad, el odio, la maldad y los celos golpean el alma mortal, podéis descansar con la seguridad de que existe un bastión interior, la ciudadela del espíritu, que es absolutamente inatacable; es verdad en cada ser humano que ha encomendado su alma al espíritu residente del Dios eterno.


Después de tal logro espiritual, se haya éste obtenido mediante crecimiento gradual o a través de una crisis específica, ocurre una nueva orientación de la personalidad, así como también el desarrollo de una nueva norma de valores. Estos individuos nacidos del espíritu reciben tal motivación nueva en la vida, que son capaces de presenciar con calma, la ruina de sus ambiciones más deseadas, la destrucción de sus profundas esperanzas; pero saben con certeza que tales catástrofes no son sino destrucciones que reorientan las creaciones temporales de un yo, para el inicio de las realidades más nobles y perdurables de un nivel nuevo y más sublime de logro universal. L. de Urantia


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